miércoles, 17 de agosto de 2011

Ceguera temporal

No recuerdo el por qué, pero mi cerebro me gritó peligro, y cuando me giré ante este lo vi llegar. Ahí estaba, acercándose ante mi como una serpiente que va a atacar, y atacó.
Mis ojos reflejaban terror y una brecha de dolor atravesó mi ojo izquierdo.
Lo último que recuerdo ver antes de que mis ojos se inundaran de lágrimas y los cerrara, fue las caras indiferentes de los demás, ajenos a lo que pasó y pasará.
Mi mano reaccionó y tapó mi ojo temiendo lo peor, con la otra intenté impulsarme para levantarme de ese sillón mugriento a tientas. Obligué a mi cerebro recrear la habitación y la salida, solo llevaba tres horas ahí, y el suelo siempre estaba inundado de juguetes.
Y no me equivoqué, después de dar mi primer paso ciego golpeé algo con un sonido similar a los Legos.
No sé que pasaba a mi alrededor, puede que estuviera maldiciendo por lo bajo o por lo alto, no lo recuerdo, solo oía gritos incoherentes y algunos me obligaban a detenerme y quedarme ahí. ¡Si, claro! 

Cuando mi mente me alertó de que me encontraba al lado de mi mochila obligué a mis ojos (o al menos al derecho) a abrirse. Mi ojo mandó una imagen muy borrosa y supuse que esa mancha sería mi mochila, y el tacto me lo confirmó.
Solo me quedaban dos pasos para llegar a la puerta y cuando llegué mi mano buscó a tientas el pomo de la puerta. Estaba cerrada. De nuevo, y soportando el dolor, abrí los ojos y examiné la puerta buscando algún cerrojo y deseando que no hubieran cerrado con llave, pues me negaba a tener que quedarme un minuto mas ahí. Lo encontré, la puerta se abría y la atravesé. Intenté cerrarla de un portazo, como tantas veces ellos han hecho, pero no sé si alguien venia detrás de mi o era que mis fuerzas se habían acabado.
Mi cerebro me recordó que se aproximaba la escalera, y mientras tocaba a tientas la pared mi mano tocó un interruptor. No sé si era un timbre o era la luz, pero ante mis ojos, la escalera seguía igual de oscura que antes.
Bajé, mis fuerzas no daban a mas y mi cabeza daba vueltas. Dejé atrás los gritos, y esa voz infantil que decía mi nombre, no sé si era porque me alejaba o era porque ese pitido que entraba en mis oídos me impedían escuchar.
Con una mano en la barandilla y la otra en mi ojo bajé por esa escalera de caracol. Sus escalones, que no seguían patrón alguno, provocaron que diera mas de un traspié. Nunca tres pisos se me habían hecho tan largos.
Supe que había llegado al rellano porque en mis oídos se coló un ruido ensordecedor, como un reloj acelerado, como una máquina de coser.
Ya no podía obligar a mis ojos a abrirse, me quedé ciega y ese sonido me volvía loca. Solo quería salir de ahí y no podía orientarme.
Todo daba vueltas, intenté caminar pero me mareé y caí contra una pared.
Recuperé fuerzas y me di cuenta de que no estaba sola, creo que me dijo algo, no lo recuerdo. Al igual que no recuerdo si la puerta de la calle estaba abierta o la abrió él o yo.
Sé que llegue a la calle solitaria, que miré a ambos lados sin mirar nada, que di un par de pasos y que me desplomé sobre la acera.
Y ahí estábamos, MI SALVADOR y yo, respirando el aire fresco de la noche, yo intentando reprimir las lágrimas y él intentando suavizar el ambiente de esta guerra que ya está perdida.
Escucho pasos, me preparo para lo que vendrá. Pero no, solo son tres personas que pasean tranquilamente por la calle.

¿Pero qué pensaba, quién se iba a preocupar de mi?
Solo soy un Alien llorando en una calle de Barbastro.