Naviera Armas, tenemos que hablar.
No me gusta lo que estás haciendo, estás jugando con mis
sentimientos, me estás mintiendo, me estás engañando, haciendo promesas que
nunca cumples y lo peor de todo es que yo sigo fiel a ti como una tonta en vez
de ponerte los cuernos con Fred Olsen o Binter.
Sé que esto no me pasaría si no me hubiera empeñado en
estudiar en una universidad muggle, o si me hubiera sacado la licencia de
Aparición, o si las casas de hoy en día tuvieran chimeneas de verdad.
Hace un año que me dijiste con esa estúpida y sensual voz
“nena, voy a bajar los precios y tardaré dos horas y media, te lo voy a
demostrar”.
Y ahí iba yo, a coger el barco un día cualquiera cuando me
encuentro a la prensa en la escalinata del barco, con las banderas ondeando,
con toda la tripulación en traje de gala con sombrero y catering a bordo. Y
pensé que lo hacías por mí, porque me querías.
Pero no, te vendiste por cuatro políticos, porque le querías
enseñar a donde fue el despilfarro de dinero que te dieron para hacer un muelle
nuevo alejado de la mano de dios y los trataste bien, más que bien, como si
fueran reyes y a mí me tratas como una mierda prometiendo que el nuevo muelle va
a traer muchas ventajas a parte del tiempo. Los precios no subirán, dijiste.
También prometiste que iban a bajar porque ahorrabas combustible. Y yo como una
estúpida me lo creí.
Y como una tonta me pegué cuatro horas de trayecto. Porque
claro, no podían ir esos políticos caminando como todo el mundo hasta el muelle,
o en taxi, o en sus coches oficiales, que para eso tienen dinero. No, tenías
que subirlos en nuestro barco, tardar media hora en llegar a ese maldito muelle
y cuando parecía que ya podía poner rumbo a mi isla decides que vas a atracar.
¿Pero qué te crees, estás haciéndote el guay? ¿Te los quieres ligar? Porque si
es así me lo dices, para irlo aceptando, pero que sepas que ellos nunca te van
a querer como lo hago yo, básicamente porque ellos se mueven de una isla a otra
en avión (menos Paulino, que él tiene su propio helicóptero).
Estaba temiendo que también echaras amarras para que los
políticos bajaran a dejar su huella en el nuevo muelle, menos mal que tuviste
consideración. Pero no por eso estoy menos enfadada, porque cariño, bien que
tardaste en atracar, que no sé pero tienes un barco no un camión, a ver si lo
practicamos guapo.
En realidad pensé que el trayecto terminaba ahí, en el
muelle nuevo, los quince euros peores invertidos. Pero no, decidiste dejar de
alardear y mover tus hélices. Luego anunciaste por megafonía con una perfecta
voz dulce y amable, no como me sueles hablar a mí, que iban a poner en marcha
el cronometraje de la nueva travesía, para asegurar que se iba a cumplir las
dos horas y media que prometen con este nuevo muelle, reduciendo el tiempo en
media hora entre islas.
¡Serás mentiroso! ¿Eso se lo dices a todos? Porque me
dijiste que tu travesía duraba dos horas y media la primera vez que fui
contigo. ¡Y era mentira! Tardaste tres horas. Y ahora vienes presumiendo
delante de los políticos diciendo que eres más rápido.
Pero esta vez sí tardaste dos horas y media. No sé qué
combustible habrás utilizado, no sé si le echaste Red Bull o si tenías a un par
de ballenas tirando por delante. Pero fuiste puntual en el cronometraje y claro
los políticos contentos, más por el vino que por lo del tiempo.
Por fin llegamos a tierra y pude bajarme de esa travesía
eterna, no sin antes pasar por una fila de azafatas con su traje de gala,
sombrero incluido, y sonriendo. A mí nunca me sonríen y mucho menos llevan esas
pintas. ¿Y de dónde salió tanta tripulación? ¿Había alguien en los otros barcos
o los mandaste a todos a este? Y si es así, ¿había alguien manejando los otros
barcos o iban a la deriva?
Cuando llego a la escalinata cuál es mi sorpresa. Más
azafatas haciéndome el pasillo al final de la escalera. Y prensa, mucha prensa.
Y yo con mis pelos al viento, que hacía una ventolera impresionante, cargada
como una mula con mis maletas porque no pude meterlas en el furgón y temiendo
caerme y salir en todos los informativos. Y para colmo a tres metros del barco
aparcado los coches oficiales de los políticos. ¿Sabes dónde tengo que buscar
el coche? Yo tampoco lo sé, porque no hay ningún parking para dejar el coche,
oficialmente hablando, siempre existe la posibilidad de dejarlo mal aparcado y
con la Policía Portuaria insultándote porque ahí no se puede dejar el coche. Y
no me hagas hablar de ellos, que son unos ineptos y cada vez que me bajo del
barco quiero pegarle con mis diez kilos de maleta y mis cinco de portátil. Pero
hoy no he venido a meterme con ellos, sino contigo, querida Naviera Armas.
Ya estoy harta, estoy escribiendo esto desde un barco tuyo.
Llevo dos horas en él y todavía veo la isla de la que he salido muy nítida y no
hay rastro de la otra. Quieres que me crea que voy a llegar en media hora,
quieres que me crea que vas a pulsar el botón del nitro y vamos a llegar a
tiempo. Sigues tardando tres horas en llegar, ni muelle nuevo ni pollas, tres
horas. Pero sabes qué es lo peor, que me has subido el precio. ¿Qué pasó con
esa promesa? No importa, verdad, total esos políticos nunca se volverán a
subir. Pero yo sí, como una tonta vuelvo a subir a este barco y ya has subido tres,
cuatro, cinco veces el precio en dos años, no mola, ya no eres guay.
Pero sabes que no me voy a ir con otro, sabes que Fred Olsen
ya está tardando el doble y que ha subido sus precio y por eso lo has subido
tú, que listo eres y que cabrón también.
Pues ya estoy harta de tus mentiras y tus falsas promesas.
Estoy harta de tus tardo dos horas y media, harta de tus precios
bajos, harta de tu nueva flota y que siempre me toque el barco más
viejo, harta de tus llegamos en 15 minutos y que en verdad sean cuarenta
y cinco, harta de que después de la película pongas documentales en vez de
capítulos de Mr Bean, harta de tu Wi-Fi gratis que nunca funciona, harta
de tus cuatro enchufes, harta del pésimo inglés del capitán, harta de que
tardes media hora en atracar, harta de que tardes diez minutos en bajar la
rampa, harta de los anuncios de megafonía que algún día me moriré en el barco
de un infarto, harta de tus simulacros de emergencias, harta de pasar media
hora para coger la maleta del furgón, harta de tu horario a las siete de la
mañana y harta de llegar a las doce de la noche.
Con cariño.
PD: No he publicado esta entrada desde tu barco, huelga
decir que el WI-FI no funcionaba.